03 diciembre 2010

Una realidad triste, pero existente

Fotografía de la estampida de un festival en Camboya en El País (23.10.2010)

Cuando un país es devastado por una catástofre natural o cuando se produce un atentado los medios de comunicación se hacen eco de ello. La polémica surge en la forma de cubrir este tipo de acontecimientos, es decir, en el trato que le dan a la información y especialmente a las imágenes que se difunden.

La línea que separa la información del puro morbo parece no estar muy clara. Ejemplos de estos los hay a millares. Uno de los últimos fue la catátrofe de Haití donde a través de los medios pudimos ver una gran cantidad de imágenes de cadáveres y niños muertos que a más de uno nos hicieron apartar la vista del televisor o pasar la página del periódico. Otro de estos casos, mucho más cercano a nuestro país, fue el atentado del 11-M.

En este punto, las preguntas son varias: ¿cuál es el objetivo de estas fotografías?, ¿es realmente es necesario mostrar este tipo de imágenes?, ¿dónde está la línea que separa lo sensacionalista de la información y el morbo de lo ético? y ¿dónde se pierde el respeto y la dignidad de las personas?

El objetivo principal de las fotografías o imágenes es mostrar al mundo una realidad, que en ocasiones es dura, pero que existe. Acompañan una información y la dotan de más credibilidad. ¿Qué ocurría sino pudieramos ver esa información a través de las imágenes? Pues probablemente el grado de solidaridad con determinados acontecimientos se vería bastante reducido al igual que la magnitud que tendriamos respecto a ese suceso. En el caso de Haití sirvió para que la comunidad internacional se volcara con la población. En determinadas ocasiones, nos cuesta asumir los horrores de la realidad, pero es necesario mostrarla para que no caiga en el olvido, por muy triste que sea.

Buscar un impacto psicológico a través de las imágenes es un reclamo a veces muy utilizado. Algunas de las campañas de la DGT buscan dar de lleno en la sensibilidad de los conductores a través de anuncios que intentan evitar más muertes en la carretera simulando un accidente de coche o las consecuencias del mismo. Pero la repetición exagerada de estas imágenes también tiene su aspecto negativo: cuanto más las veamos más nos acostumbraremos a ellas y menos vulnerarán nuestra sensibilidad. Y esto ocurre por ejemplo con las imágenes de los atentados en Irak o con los asesinatos en México a cargo de narcotraficantes. Son demasiado cotidianas.

Un hecho cada vez más notorio es que a la gente le gusta el morbo, tanto en las informaciones como en las imágenes, y esto se refleja cada vez más en medios como la televisión donde mandan los gustos de la audiencia. Según un estudio realizado por Teleespectadors Associats de Catalunya (TAC), alrededor del 25% de las noticias emitidas en la segunda edición de los informativos de Cuatro y la Sexta caen en el sensacionalismo, mientras que Telecinco y Antena 3 dedican casi un tercio de sus informativos a las noticias de sucesos.

El problema es cuando este tipo de imágenes daña no solo la sensibilidad del espectador sino que vulnera la dignidad de las personas. Mostrar cadáveres como si se tratara de una imágen cualquiera a veces no resulta demasiado ético. Esos cadáveres no son simplemente cuerpos, sino que corresponden a personas con nombre y apellidos. El morbo y lo sensacionalista de estas imágenes chocan con el respeto a las personas, con su dignidad e intimidad. La falta de trato humano en la búsqueda de una imágen impactante que resalte el espectáculo por encima de los valores de la vida humana, con la intención de vender más periódicos o tener más audiencia resulta poco ético y moral.

Lo cierto es que nos guste o no, este tipo de imágenes se van a seguir repitiendo a diario y más teniendo en cuenta el carácter morboso de una mayoría de espectadores, entonces ¿sería conveniente poner límites a esto? Si y no. Es bastante díficil establecer una barrera, ya que nunca será suficientes para unos mientras que para otros sería excesiva. Además, entraríamos en un debate sobre la libertad de los medios para informar y los derechos de los ciudadanos a recibir información que no tendría fin. En este sentido, son los medios de comunicación los que deberían de llegar a un punto de inflexión y valorar realmente la necesidad de sobrepasar determinados límites a la hora de informar.

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